EL MOVIMIENTO ANABAPTISTA
Tomado del libro Historia de la Reforma
Autor Justo L. Gonzalez
Ahora todos quieren salvarse mediante una fe superficial, sin los frutos de la fe, sin el bautismo de la prueba y la tribulación, sin amor ni esperanza, y sin prácticas verdaderamente cristianas.
Conrado Grebel
Tanto Lutero como Zwinglio se quejaban de que a través de los siglos el cristianismo habÃa dejado de ser lo que habÃa sido en tiempos del Nuevo Testamento. Lutero deseaba librarlo de todo lo que contradijera las Escrituras. Zwinglio iba más lejos, y sostenÃa que solo ha de practicarse o de creerse lo que se encuentre en la Biblia. Pero pronto aparecieron otros que señalaban que el propio Zwinglio no llevaba esas ideas a su conclusión lógica.
Los primeros Anabaptistas
Según esas personas, Zwinglio y Lutero olvidaban que en el Nuevo Testamento hay un contraste marcado entre la iglesia y la sociedad que la rodea. Ese contraste pronto resultó en persecución, porque la sociedad romana no podÃa tolerar al cristianismo primitivo. Luego, la avenencia entre la iglesia y el estado que tuvo lugar a partir de la conversión de Constantino constituye en sà mismo un abandono del Cristianismo primitivo. Por tanto, la reforma iniciada por Lutero debÃa ir más lejos si verdaderamente querÃa ser obediente al mandato BÃblico. La iglesia no debÃa confundirse con el resto de la sociedad. Y la diferencia fundamental entre ambos es que, mientras se pertenece a una sociedad por el mero hecho de nacer en ella, y sin hacer decisión alguna al respecto, para ser parte de la iglesia hay que hacer una decisión personal. La iglesia es una comunidad voluntaria, y no una sociedad dentro de la cual nacemos.
La consecuencia inmediata de todo esto es que el bautismo de niños ha de ser rechazado. Ese bautismo da entender que es cristiano sencillamente por haber nacido en una sociedad supuestamente Cristiana. Pero tal entendimiento oculta la verdadera naturaleza de la fe cristiana, que requiere decisión propia.
Además, estos reformadores más radicales sostenÃan que la fe cristiana era en su esencia misma pacifista. El sermón del monte ha de ser obedecido al pie de la letra, a pesar de las muchas objeciones sobre la imposibilidad de practicarlo, pues tales objeciones se deben a la falta de fe. Los cristianos no han de tomas las armas para defenderse a sà mismos, ni para defender su patria, aun cuando sea amenazada por los turcos. Como era de esperarse, tales doctrinas no fueron bien recibidas en Alemania, donde la amenaza de los turcos era constante, ni tampoco en Zúrich y los demás cantones protestantes de Suiza, donde la fe protestante estaba en peligro de ser aplastada por los católicos.
Estas opiniones aparecieron en diversos lugares en el siglo XVI, al parecer sin que hubiera conexión directa entre sus diversos focos. Pero fue en Zúrich donde primero surgieron a la luz. HabÃa allà un grupo de creyentes, que instaban a Zwinglio a tomar medidas más radicales de reforma. En particular, estas personas, que se daban el nombre de -hermanos-, sostenÃan que se debÃa fundar una congregación o grupo de los verdaderos creyentes, en contraste con quienes se decÃa cristianos por el hecho de haber nacido en un paÃs cristiano y haber sido bautizados de niños.
Cuando por fin resultó evidente que Zwinglio no seguirÃa el camino que ellos propugnaban, algunos de los -hermanos- decidieron fundar ellos mismos esa comunidad de verdaderos creyentes. En señal de ello, el ex sacerdote Jorge Blaurock le pidió a otro de los hermanos, Conrado Grebel, que lo bautizara. El 21 de enero de 1525, junto a la fuente que se encontraba en medio de la plaza de Zúrich, Grebel bautizo a Blaurock, quien acto seguido hizo lo mismo con otros hermanos, aquel primer bautizo no fue todavÃa por inmersión, pues lo que preocupaba a Blurock, Grebel y los demás no era la forma en que se administraba el rito, sino la necesidad de que la persona tuviera fe y la confesara antes de ser bautizada.
Más tarde, en sus esfuerzos por ser bÃblicos en todas sus prácticas, empezaron a bautizar por inmersión. Pronto se les dio el nombre a esas personas el nombre de , que quiere decir . Naturalmente, ese nombre no era del todo exacto, porque lo que los supuestos rebautizadores decÃan no era que fuese necesario bautizarse de nuevo, sino que el primer bautismo no era válido, y que por tanto el que se recibÃa después de confesar la fe era el primero y único. Pero en todo caso la historia los conoce como ANABAPTISTAS…………
LOS ANABAPTISTAS REVOLUCIONARIOS.
Aunque muchos de los primeros jefes del movimiento eran eruditos, y casi todos ellos eran pacifistas pronto aquella primera generación pereció victima de la persecución. El movimiento se fue haciendo entonces cada vez más radical, y se mezcló con el resentimiento popular que habÃa dado lugar a la rebelión de los campesinos. Poco a poco, el pacifismo original se fue olvidando, y el movimiento tomó un giro violento.
Aunque antes de que surgiera el movimiento anabaptista, Tomas Muntzer habÃa unido algunas de las doctrinas que ese movimiento después promulgarÃa con las ansias de justicia por parte de los campesinos. Ahora muchos anabaptistas hicieron lo mismo. Entre ellos se encontraba Melchor Hoffman, un talabartero que habÃa sido predicador laico luterano en Dinamarca, pero más tarde habÃa rechazado las teorÃas de Lutero acerca de la comunión, para hacerse seguidor de Zwinglio. En Estrasburgo, donde el anabaptismo era relativamente fuerte, y donde habÃa cierta medida de tolerancia, Hoffman se hizo anabaptista. Poco después empezó a anunciar que el dÃa del Señor estaba cercano. Su predicación inflamó a las multitudes, que acudieron a Estrasburgo, donde según él se establecerÃa la Nueva Jerusalén. El propio Hoffman predijo que serÃa encarcelado por seis meses, y que entonces vendrÃa el fin. Además, abandonó el pacifismo inicial de los anabaptistas, declarando que al aproximarse el fin serÃa necesario que los hijos de Dios tomaran las armas contra los hijos de las tinieblas. Cuando fue encarcelado, y se cumplió asà la primera parte de la profecÃa, fueron muchos los que acudieron a Estrasburgo en espera de la señal de lo alto para tomar las armas. Pero el hecho mismo de que cada dÃa eran más los anabaptistas que habÃa en la ciudad obligó a las autoridades a tomar medidas cada vez más represivas. Y Hoffman continuaba encarcelado.
Entonces alguien dijo que en realidad la nueva Jerusalén seria establecida, no en Estrasburgo, sino en Munster. En esa ciudad el equilibrio entre católicos y protestantes era tal que existÃa una tregua entre todos los partidos, y en consecuencia no se perseguÃa a los anabaptistas. Hacia allá acudieron los visionarios, y la gente cuya creciente opresión les habÃa llevado a la desesperación. El reino vendrÃa pronto. VendrÃa en Munster. Y entonces los pobres recibirÃan la tierra por heredad. Pronto el número de los anabaptistas en Munster fue tal que lograron apoderarse de la ciudad. Sus jefes eran un panadero holandés, Juan Matthys, y su principal discÃpulo, Juan de Leiden. Una de sus primeras medidas fue echar a los católicos de la ciudad. El obispo, expulsado de su sede, reunió un ejército y sitió a la nueva Jerusalén. Mientras tanto, dentro de la ciudad se insistÃa cada vez más en que todo se ajustara a la Biblia. Los protestes moderados fueron también echados por impÃos. Constantemente se destruÃan las esculturas, pinturas y demás artefactos del culto tradicional. Fuera de la ciudad, el obispo mataba a cuanto anabaptista caÃa en sus manos. Los defensores se exaltaban cuanto más desesperada se volvÃa la situación, pues escaseaban los vÃveres. A diario habÃa quienes creÃan recibir visiones de lo alto. En una salida militar contra las fuerzas del obispo, Juan Matthys resultó muerto, y Juan de Leiden lo sucedió.
Debido a la guerra constante, y al éxodo de muchos varones, la población femenina de la ciudad era mayor que la masculina, y Juan de Leiden decreto la poligamia, a usanza de los patriarcas del Antiguo Testamento. Por ley, toda mujer en la ciudad tenÃa que estar casada con algún hombre. El sitio se prolongaba y, al mismo tiempo que los sitiados carecÃan de vÃveres, los fondos del obispo comenzaban a escasear. En una acción desesperada, Juan de Leiden salió con un puñado de hombres, y derrotó en una escaramuza a los soldados del obispo. Entonces, en celebración de aquella victoria, fue proclamado rey de la Nueva Jerusalén
Empero poco después un grupo de habitantes de la Nueva Jerusalén, quizá hastiados de los excesos que se cometÃan, o quizá impulsados por el hambre u el miedo, le abrieron las puertas de la ciudad al obispo, cuyas tropas arrasaron a los defensores del reducto apocalÃptico. El rey de la nueva Jerusalén fue hecho prisionero, y exhibido por toda la región, con sus dos principales lugartenientes, en sendas jaulas de hierro. Poco después fueron torturados y ejecutados.
Asà termino el principal brote del anabaptismo revolucionario. Melchor Hoffman continuó encarcelado y olvidado, al parecer hasta su muerte. Y hasta el dÃa de hoy, en la iglesia de San Lamberto, en Munster, pueden verse las tres jaulas en que fueron exhibidos el Rey y sus dos lugartenientes.
EL ANABAPTISMO POSTERIOR
La caÃda de Munster le puso fin al anabaptismo revolucionario pronto se comenzaron a escuchar las voces de quienes decÃan que la tragedia de Munster se debÃa a que habÃan abandonado el pacifismo original, que era parte de la verdadera fe. Al igual que los primeros anabaptistas, estos nuevos jefes creÃan que la razón por la que los cristianos no están dispuestos a cumplir los preceptos del Sermón del Monte no es que no sean factibles, sino que es más bien la falta de fe. Quien de veras tiene fe, practica el amor que Jesus enseñó, y deja las consecuencias de ello en manos de Dios.
El más notable portavoz de esta nueva generación fue Menno Simons, un sacerdote católico holandés que abrazó el anabaptismo en 1536, es decir, el mismo año en que fueron ejecutados Juan de Leiden y sus compañeros. Simons se unió a un grupo de anabaptistas holandeses cuyo jefe era Obbe Philips, pero pronto descolló entre ellos de tal manera que el grupo recibió el nombre de .
Aunque los menonitas sufrieron las mismas persecuciones de que eran objeto los demás anabaptistas, Menno Simons logró sobrevivir, y pasó en resto de su vida viajando por Holanda y el norte de Alemania, predicando su fe. Para él, el pacifismo era parte fundamental de la fe cristiana, y por tanto repudiada toda relación con el ala revolucionaria del anabaptismo. Los cristianos, según creÃa Menno Simons, no han de prestar juramento alguno, y por tanto no han de ocupar cargos públicos que requieran tales juramentos. Pero si han de obedecer a las autoridades civiles en todo, excepto en lo que las Escrituras prohÃban. El bautismo, que Menno practicaba echando agua sobre la cabeza, solo ha de serles administrado a los adultos que confiesen la fe. No ese rito ni la comunión confieren gracia alguna, sino que son señales externas de lo que internamente entre el cristiano y Dios. Además, siguiendo el ejemplo de Jesus, Menno y los suyos practicaban el lavado mutuo de los pies.
Aunque se abstenÃan de participar activamente en cualquier acto de subversión, los menonitas pronto fueron considerados subversivos por muchos gobiernos, pues se negaban a participar de la vida común de la sociedad, particularmente en lo que aportar armas se referÃa. Esto a su vez los hizo esparcirse por toda Europa. Muchos emigraron hacia Europa oriental, particularmente hacia Rusia. Otros marcharon hacia Norteamérica, donde la tolerancia religiosa les prometÃa poder vivir en paz. Pero también en Rusia y en Norteamérica tuvieron dificultades, pues en ambos casos el estado querÃa que se ajustaran a las leyes sujetándose al servicio militar obligatorio. Por esa causa, en los siglos XIX y XX fuertes contingentes emigraron hacia Sudamérica, donde todavÃa habÃa territorios donde podÃan vivir en aislamiento relativo del resto de la sociedad.
Hasta el dÃa de hoy, los menonitas son la principal rama del viejo movimiento anabaptista del siglo XVI, y continua insistiendo en su pacifismo, y dedicándose frecuentemente al servicio social.